FENOMENO DE PSEUDOMEDICACION.
-Y hace cuanto no se checa el azúcar?- le pregunte al ver que no había venido en casi un año.
-Pues me he sentido bien porque estoy tomando un producto que me controla el azúcar y me hace sentir bien- me contesto orgulloso.
-Bueno, pero se ha checado no?- tratando de enfatizar mi preocupación.
-No, porque me he sentido bien- dijo testarudamente.
Como medico familiar del Instituto Mexicano del Seguro Social veo 24 pacientes diarios con enfermedades de diversas índoles; niños, embarazadas, diabéticos, hipertensos, adultos y adultos mayores acuden con enfermedades descontroladas muchas veces por malos cuidados, automedicación, por medicamento inadecuado o insuficiente o simplemente porque la enfermedad misma se complica. Otro buen numero de casos presenta descontrol de la enfermedad que aunado a los anteriores o por si solo, tiene un trasfondo emocional o psicosomático importante. El paciente que ejemplifico aquí no pertenece a los ejemplos que hasta ahora he citado. No es el primero y estoy seguro que no será el último que se descontrola o descuida su enfermedad por un fenómeno que he decidido denominar pseudomedicación.
Ahora bien, siempre hemos tenido diferentes maneras de actuar contra la enfermedad que no están del todo contempladas en la medicina alópata (medicina clásica por decirlo así); desde los remedios de la abuela, la ancestral medicina tradicional china, la fina observación de productos y procesos naturales de la homeopatía, la medicina tradicional prehispánica empírica, mística y en ocasiones casi paranormal, por nombrar algunas cuantas. Así la medicina alternativa (mal llamada así para mi gusto, me confieso un médico ecléctico) tiene su espacio y su método y por lo tanto cuenta con su propio tipo de medicación y su consiguiente control. Este paciente tampoco fue tratado con ninguno de estos métodos, prueba de ello el que simplemente no haya habido nadie para revisarlo de nuevo o verificar su adecuado control.
Fuera de la marca o las sustancias contenidas en el producto, fue algo más lo que me preocupó de la averiguación que hice del mismo: la motivación y las razones para usarlo. El producto lo había conocido por recomendación de una pariente-vecina, ella lo vendía para hacer un dinero extra y tras sentarlo en una platica con supuestos doctores y poner un par de ejemplos el paciente convencido compro el producto, abandonó su tratamiento previo y no se volvió a checar. Este mismo resultado he observado con productos vendidos en infomerciales, por catalogo o por sistemas piramidales algunos de los cuales me he dado a la tarea de investigar en bibliografías científicas notando un factor común: al final de los estudios la sustancia en cuestión solo serviría como complemento alimenticio y, cuando mejor, como coadyuvante.
Hay una línea definitoria entre un medicamento y un complemento alimenticio que para efectos de registro está bien establecida, sin embargo, cuando se habla del tema publicitario y de mercadeo la línea empieza a languidecer. El problema estriba inicialmente en el hecho de que estos productos se publicitan y se venden como curas o remedios comprobados (en letras grandes) y si en algún momento se les quisiera fincar responsabilidad por descontrol o efectos secundarios acudirían a los detalles de su etiqueta en donde se especifican como complementos alimenticios (letras chicas). El problema secundario se asienta, naturalmente, en ignorancia y negligencia por parte del consumidor que, como parte de su descuido general y victima de una buena estrategia de mercadeo ("control y resultados inmediatos, remedio natural, sin esfuerzo") decide aceptar el producto sin cuestionarlo.
De tal suerte que gracias a su flamante "medicamento" el paciente: estuvo más de 6 meses con niveles de azúcar elevados provocando daño renal, cardiaco, ocular y en extremidades; con la falsa ilusión de bienestar ya sea por placebo o sustancias estimulantes en el producto (cafeína, guaraná, taurina); con el ingreso castigado por el gasto efectuado en el producto y con una complicación crónica inminente (infarto, insuficiencia renal, glaucoma, daño de retina, pie diabético) que, esa sí, habrá de ser solucionada por instituciones públicas pese a que estuvieron esperando a que el paciente llegara mes con mes para poder verificar su control. El costo es elevadísimo para donde se quiera ver: incapacidades, invalidez o muerte para el lado del paciente y tratamientos especializados y costosos de las instituciones que estuvieron apostando esos 6 meses por la prevención de la complicación de un paciente que decidió no atenderse.
La solución natural e inmediata que todos solemos pensar es: el gobierno debe de controlar, prohibir, revisar, evitar, invertir y un largo etcétera. Si bien el gobierno tiene su parte y ya pone uno que otro granito de arena (alguien recuerda el comercial de la automedicación donde los riñones le hablaban a su dueño?), ni lo puede todo por incapacidad y burocracia, ni lo debe hacer todo. Aquí es donde suele entrar la consabida, multicitado y quemada pésima educación pública; y aunque efectivamente es un factor importante no es el principal y no pienso esperar a que lo vengan a arreglar. La realidad simple y dura, como siempre, es que todos nosotros somos los primeros que debemos de promocionar y evitar estas prácticas porque es así, de boca en boca, como han ido triunfando estos productos. No solo eres tú, que mientras lees piensas que nunca comprarías o consumirías algo así, es tu aportación con tu pareja, con tu familia, con tu compañero de trabajo, tu empleado, tu patrón y ojala otro largo etcétera.
Pseudomedicar no es consumir sino sustituir medicamentos por esta serie de productos y complementos, el fenómeno que nos ocupa es el dejarnos engañar tan fácilmente.